Por las cicatrices.

Hice del cielo cartón y fueron décimas
con el color de las últimas espinas,
cuento el sabor del licor y aquellas lágrimas;
tiempos mejores para el que los necesita.
Y me pregunto por quien acompaño el va y ven,
soy una de esos cien que si que grita,
y celebro dolce vita, el verano está ahí afuera, el cerebro me replica,
y que más me dará...
Mira,
lo único que puedo hacer es fumar y beber,
mirar la ciudad,
perder el tren,
y que voy a enseñarle a unos ojos que no ven.

Él.
Yo.
Juegos de niños.
Prisas, una mirada hecha de guiños,
las trampas, los trucos, la calle, mi gente,
¿y los sueños?
hey, esto es cariño!
Y cuantos cuentan con mi apoyo chico,
y esa es la consigna no lo de morir rico.

Suerte, juego por el juego y me encanta,
y que no me vayáis a conocer es mi bufanda,
y que no me vengan con que si voy a estar lista,
espero,
mirando la ciudad y haciendo esto.

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La idea de la discontinuidad.

Nadie se preocupa por enseñarnos a aprender.
Crecer es aprender a despedirse.
Ése, fue mi primer drama, y creo que nos pasa a todos. El día que me di cuenta de que crecer va significar despedirse de personas, situaciones, emociones, memorias, ilusiones e incluso amigos que se supone que iban a ser para toda la vida. El día que vi que crecer significa conocer cada día más gente que ya murió. El día que me di cuenta que hoy me despido mejor que hace un año. Que ya no me sorprende que la gente desaparezca de mi vida. Ese día estás aprendiendo a decir adiós, ese día estás creciendo.
El segundo drama es que nadie se preocupó de enseñarme a manejar mis emociones, mis intuiciones y mis sentimientos. Un día te despiertas y tienes 40 años, dos hipotecas que no te puedes permitir, un ex marido que hace tiempo que chilla más que habla, unos hijos que te odian tanto como aman a tu cartera, y un trabajo que el de pronto te van a prejubilar.

Un día te das cuenta de que el mundo a cambiado, y a ti nadie te avisó.

Al final, muy luego, te das cuenta de que la única manera de responderse a las grandes preguntas, esas que son eternas, y encima pretender ser feliz, es ir cambiando las respuestas.

Yo estoy aprendiendo -poco a poco- a luchar por los conceptos, y no por sus aplicaciones concretas. A estar enamorada de estar enamorada. Trabajar para seguir trabajando. Aprender a aprender. Desear el deseo. Ilusionarme por la ilusión. Rechazar el rechazo. Tenerle miedo al miedo. Quedarme con el continente pese a que vaya cambiando el contenido. Es más, ser consciente de que para que siga teniendo el primero tendré que ir renovando el segundo. No sé si me ayudará mucho, pero de momento, y como decía el Massons, e se non é vero, é ben
trovato
.

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No escuchamos a nadie;

¡cuando nos falta el cariño es como si nos falta el aire!
Pedimos perdón, damos las gracias, salimos de apuros con algo más que acrobacias. Tenemos caricias y avaricias, noticias que cuentan desgracias, drogas con receta de venta en farmacias.
Somos como científicos o exploradores; siempre buscando lo que nos pertenece, una generación exige lo que se merece, ya sea con razón o de corazón; jodemos cuando apetece.

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Pillo un renglón,
abro la ventana y lleno la habitación.



Vidas perseguidas por el agobio del tic-tac. Y felices entre ruidos y hormigón, en el mismo parque y con la misma canción, tragos en aceras, vagos, vidas enteras, letras de pivas, carteras, movidas; mueres y esperas. Espuelas pulen austeras, esquelas pagan decenas, meras espinas, si estimas esquinas miles te esperan. Detrás de todo,



una vida que no escape;

en la calle un amor que nos enfoque;

aquí dentro un corazón que vibre;

el límite;


el único lugar donde eres libre.

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Sin pena ni gloria.


Las peores despedidas son las que no se esperan; sentada y derrotada en una acera, tan cerca de la vida como de la soledad, pero sigo sonriendo cada día, no te creas.
Déjame contarte un último lamento, de historias que no cuentan en los cuentos, de sueños que se escapan cuando nadie más te ayuda, del odio que florece en el verso de mis tormentos.
Y más que nada, como un corazón sin coordenadas, como si el mundo esperase tras la ventana, muriendo, escribiendo (una canción desesperada), bajo un cielo de alquiler de madrugada. Pero pienso en el pasado y ya he perdido los placeres, sin almas que me digan palabrotas, de niños que quieren ser hombres y tener mujeres, de sueños, de placeres y derrotas. Con el alma rota.
Sé que para verte nunca es tarde y que el calendario es el amante más cobarde, por que si cierro los ojos los sueños arden.
Buscando labios que no quieran encontrarme, aprendí;
que el universo ya no queda en tu alcoba,
y que los mejores besos son los que te roban,
aprendí, que existen recuerdos que se desploman
y caminos que no llevan a Roma.

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Letra huérfana de notas;


Él no calla. Él silencia.
Él no habla. Él entona.
Él no escucha. Él te espera al final de cada frase. Por ejemplo, aquí.
Los verbos dejan de predicar cuando él los usa. Y una vez usados, ya no vuelven a ser acción, sino homenaje. No es hombre, es estado de ánimo. Intentar describirlo no es narración, sino terapia. Él jamás cambió de opinión. Fue el universo que estaba a por uvas. Él no mira. Él toca con esos ojazos que Dios le a dao. Y si decide tocarte, ya puedes intentar mantenerte ateo.
Que si él están, las cosas son.
Y si no está, solo hacen de punto. Y. Seguido. Entre. Tantos. Espacios.
Él no te sonríe, él te dedica su boca. Él no te abraza. Él te arroja a sus brazos. Y tampoco te besa. En todo caso, te arropa en sus labios. A él no lo expliques lo que es volver, porque él siempre va. No hace falta que lo entiendas. Ni que lo comprendas. Ni que tan siquiera la compartas. Él no espera nada de ti. No desesperes nada de él. Porque él jamás se apunta. En todo caso, se enrola. Se embarca. Se lía.
No le pidas medias tintas, porque fue él quien se bebió en tintero.
No le sigas la corriente porque acabarás luchando sola contra los dos. Y cuanto más te acostumbres, peor será el olvido. Él no camina. Él mueve el mundo con sus pies. Y cuando lo hace, o te apartas, o te aplastas. Huye del compromiso porque sabe comprometerse. Huye de las cadenas porque sabe como encadenarse. Y huye de lo que le persigue porque prefiere perseguir lo que le rehuye. Él ni es verdad ni es mentira. Tontería tratar de meterlo en un diccionario. Si la respuesta es él, cualquiera podría haber sido la pregunta. Y si él fue la pregunta, respondas lo que respondas, te equivocas. Él no es modelo porque modelo es algo que puede imitarse. Podría ser tu padre por sólo aquello de que padre no hay más que uno. Pero no es amigo, porque amigos ya tiene y dicen que muy maltratados. Tampoco le cabe lo de príncipe, y no porque no sea de su talla. Para confiar en él hay que empezar por desconfiar en uno mismo. Quererse poco, flojito, de lado y sin querer. Cenarse la esperanza y beberse de un trago los nunca jamás. Volverse un nadie cualquiera. Borrarse la cara de vergüenza. Y bajarse el orgullo hasta los tobillos.
Algún día, si tienes suerte, puedes que te encuentres con él.
Que te ame a cobro revertido.
Que te deje contra reembolso.
Que te olvide sin remitente.
Y si lo hace, por favor, dale las gracias.

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