La idea de la discontinuidad.

Nadie se preocupa por enseñarnos a aprender.
Crecer es aprender a despedirse.
Ése, fue mi primer drama, y creo que nos pasa a todos. El día que me di cuenta de que crecer va significar despedirse de personas, situaciones, emociones, memorias, ilusiones e incluso amigos que se supone que iban a ser para toda la vida. El día que vi que crecer significa conocer cada día más gente que ya murió. El día que me di cuenta que hoy me despido mejor que hace un año. Que ya no me sorprende que la gente desaparezca de mi vida. Ese día estás aprendiendo a decir adiós, ese día estás creciendo.
El segundo drama es que nadie se preocupó de enseñarme a manejar mis emociones, mis intuiciones y mis sentimientos. Un día te despiertas y tienes 40 años, dos hipotecas que no te puedes permitir, un ex marido que hace tiempo que chilla más que habla, unos hijos que te odian tanto como aman a tu cartera, y un trabajo que el de pronto te van a prejubilar.

Un día te das cuenta de que el mundo a cambiado, y a ti nadie te avisó.

Al final, muy luego, te das cuenta de que la única manera de responderse a las grandes preguntas, esas que son eternas, y encima pretender ser feliz, es ir cambiando las respuestas.

Yo estoy aprendiendo -poco a poco- a luchar por los conceptos, y no por sus aplicaciones concretas. A estar enamorada de estar enamorada. Trabajar para seguir trabajando. Aprender a aprender. Desear el deseo. Ilusionarme por la ilusión. Rechazar el rechazo. Tenerle miedo al miedo. Quedarme con el continente pese a que vaya cambiando el contenido. Es más, ser consciente de que para que siga teniendo el primero tendré que ir renovando el segundo. No sé si me ayudará mucho, pero de momento, y como decía el Massons, e se non é vero, é ben
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